Cierre de la oficina de la ONU aumenta la Crisis Humanitaria en Urabá

El Urabá antioqueño enfrenta ahora una noticia devastadora por el cierre de la oficina de ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados) en Apartadó. Después de más de 25 años de presencia.

Aunque esta decisión es atribuida a “recortes presupuestales” globales, se suman a ellos las críticas y los desplantes de la gobernación contra la entidad humanitaria, en línea con las críticas del uribismo a todo organismo que pretende revelar la verdad del paramilitarismo latente en la región.. 

La importancia del Urabá va más allá de sus límites geográficos. Es un corredor humanitario y migratorio fundamental, un punto de tránsito ineludible para colombianos desplazados por el conflicto armado interno y las economías ilegales, así como para la oleada de migrantes transcontinentales. 

Necoclí y Turbo, municipios de la región, son testigos diarios de este drama humano, con cifras que superan el medio millón de personas cruzando la selva en un solo año. En este contexto, ACNUR no era solo una oficina, era una tabla de salvación para miles de refugiados, solicitantes de asilo y migrantes.

Las consecuencias de este cierre son alarmantes. La drástica reducción de personal —de 18 funcionarios a solo 4— implica una capacidad de respuesta casi nula en un territorio vasto y complejo. La ausencia de ACNUR limitará gravemente la asistencia humanitaria, el acompañamiento y la protección en una zona donde la violencia de grupos armados (como el Clan del Golfo, el ELN y las disidencias), la explotación y la trata de personas son amenazas constantes. Esta decisión deja a las poblaciones más vulnerables aún más expuestas a los abusos y a la desesperanza, sin un respaldo clave en momentos de extrema necesidad.

El cierre de ACNUR deja al descubierto la fragilidad humanitaria de Antioquia que no descansa de la guerra. La incertidumbre que ahora reina en el noroccidente de Colombia no solo afecta a los migrantes en tránsito, sino también a las comunidades locales que conviven a diario con esta compleja dinámica. Es un recordatorio de que, mientras los problemas humanitarios persisten y se agravan, los recursos para enfrentarlos disminuyen, dejando un vacío que el Estado colombiano y las organizaciones locales difícilmente podrán llenar por sí solos.

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